La Madre Del Vino, Leyenda Italiana



Italia es tierra de vino. Aunque muchos se muestren escépticos, lo cierto es que en éste país se cosecha muy buena vid, teniendo así productos de calidad e incluso vinos que rozan el lujo por sus precios.

En un lugar con tanta tradición vinícola, no es de extrañar que surjan leyendas en torno a éste mundo de la vid. Así que le presentamos una leyenda italiana, la leyenda de la madre del vino.

Cuentan las viejas mujeres de los pueblos italianos que hace mucho tiempo, la vid no producía ningún fruto por éstas tierras. Era una planta inútil, completamente estéril.

Un día, un campesino decidió arrancar las vides que había en su campo, pues no sacaba beneficio de ellas. Cortó todas y cada una de éstas ramas, dejando la vid como si fuera un tronco huérfano, un muñón. La vid, al verse completamente desnuda comenzó a lamentarse sollozando de forma desgarradora. El problema es que no salían lágrimas de ella.

Mientras se lamentaba una y otra vez por su horrible final, ningún ser de la naturaleza la escuchaba; y es que estaban todos muy atentos a los cantos del ruiseñor, que al oscurecer cantaba una melodía de lo más hermosa.

Observando al ruiseñor pensó “Si éste hermoso pájaro me ayudara a llorar, seguramente mis hojas volverían a crecer”. Así, la vid llamó la atención del pequeño parajillo suplicando y pidiendo su ayuda. El ruiseñor, que se caracterizaba por tener el corazón tierno e ingenuo como el de los poetas, aceptó y decidió ayudarlo.

El ruiseñor se posó sobre la vid, clavando sus finas uñas en su corteza y comenzando a cantar. Su dulce melodía dejó a toda la naturaleza en silencio. De repente, hasta las estrellas comenzaron a llorar, y sorprendentemente la vid comenzó a crecer y a dar señales de vida con pequeñas hojas que aparecían en su tronco.

Noches tras noche el ruiseñor se acercaba a la vid y cantaba para ella, consiguiendo con ese mágico cántico que la destrozada vid obtuviera fuerzas suficientes para crecer.

Poco a poco la vid comenzó a tener más brazos, más hojas y más planta. Así, el pajarillo revoloteaba paseando sobre las mismas. No obstante, la traicionera vid decidió pagarle con una moneda muy diferente. Una noche, mientras el ruiseñor cantaba, lo atrapó entre una de sus ramas sin dejarle marchar. Se quedaría ahí hasta siempre y moriría junto a ella.

El pájaro estaba desesperado “¿Así me pagas?”. La vid no parecía hacerle caso alguno. El pajarito, finalmente murió atado a la vid.

No obstante, las estrellas, que fueron testigo de todo lo acontecido, decidieron dar un final mejor a éste ser. Así, convirtieron al pequeño ruiseñor en un fruto. Un dulce fruto que embelesaría a todo aquel que lo probara. Las estrellas convirtieron al pájaro en uva.

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