Sócrates



Sócrates nació en Atenas, de un escultor y una  partera. Ejerció primero el arte del padre, dedicándose luego de lleno a la filosofía, maestra de verdad y de bien para los individuos y para la sociedad. Considerándolo como misión religiosa, incesantemente se preocupaba de reducir a sus conciudadanos a la reflexión, a la interioridad y a las virtudes. Agudísimo  y sincero, discurriendo con ellos en el Ágora y en las calles como en las palestras y en los salones, se había enemistado acremente con los sofistas, tantas veces por él confundidos, y con todos aquellos que en su austeridad religiosa y en su propaganda moral veían una censura continúa de su conducta, de su enseñanza y de su política.

 En la reacción democrática que siguió a la expulsión de los 30 tiranos, sus adversarios encontraron un ambiente propicio para sus designios. Acusado de irreligiosidad  y de corrupción de la juventud, fue condenado a beber la cicuta. No escribió nada. Su figura y doctrina se sacan  de las obras de sus discípulos, en los que la impronta de su personalidad permaneció profunda y duradera. Si bien el Sócrates que resulta de la presentación anecdótica de Jenofonte en sus Memorables es algo distinto del Sócrates que vive en los Diálogos de Platón, la historicidad de su figura y de su doctrina no pueden ponerse en duda con seriedad.

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